El primer día que vi la planta de este apartamento en la Quinta Avenida de Nueva York, no pude dejar de mirarla durante un par de horas, además de dibujarla y redibujarla, tarea que hoy día sigo haciendo.

Me fascinó el modo en que los espacios estaban anclados unos con otros, en perfecta sintonía.  Cada muro, cada estancia, cada detalle estaba en el lugar que le correspondía.  Los muros, los tabiques, se encuentran unos con otros con delicadeza, pero sin perder rotundidad.

Un diseño medido hasta el milímetro, estudiado, no hay ninguna línea que se pierda, que esté en el lugar incorrecto.  Juegos de volúmenes que entran, salen, suben, bajan...

Y así fue cómo poco a poco me fui aficionando a los perfectos interiores de Richard Meier, arquitecto estadounidense caracterizado por un color, EL BLANCO, (aunque precisamente en este perqueño apartamento no es sasí), los grandes ventanales y, como no podía ser de otra manera, la luz natural.